sábado, 28 de abril de 2007

Capítulo Decimocuarto



Apenas se vislumbraban otras luces que las hogueras de los vigías, algunas lámparas del templo y las estrellas que brillaban en la despejada noche; por eso se distinguía, con siniestra claridad, aquel extenso resplandor sobre la boscosa ladera, a vuelo de pájaro de la ciudadela.

- Hay mucha astucia en todo lo que emprenden –señaló pensativo Aristeo; cuando se percató de que hablaba a un ciego. No por ello perdió la compostura y con igual tono continuó –… Están a la distancia justa para hacernos sentir su presencia, pero no tan cerca como para estar a nuestro alcance; en una vertiente de fácil defensa, pero de difícil acceso; a la altura suficiente para vigilarnos, pero tan ocultos por bosques y lomas que es imposible que descubramos sus movimientos. Es poco lo que podemos oponer a tantas ventajas.
- Y después de Dryade … sabemos también que estos muros no son inexpugnables. –comentó Demódoco, provocando el inicial asombro y la posterior sonrisa de Aristeo.
- Nunca más permitan los dioses que me burle de un homérida y, aun así, – Añadió Aristeo – no lamento haber tenido esta grata experiencia.
- Gracias por el cumplido, pero vuestro asombro no está provocado por mi pericia, Señor, sino por la precipitación con la que presumís de conocer y gobernar los asuntos humanos; lo que os vuelve, a menudo, más ciego que este viejo que os habla. Sin embargo, vuestros pasos se vuelven claros rastros que pueden seguirse sin excesiva dificultad.
- No os preocupéis por la cortesía, ni por la adulación. – comentó con sarcasmo Aristeo, herido en su orgullo –. Sed franco, Demódoco, ¿Puedo llamaros así?.
- Como gustéis… –contestó el anciano divertido ante tan forzada confianza; absurda, por otra parte, pues ya había sido directo, lo que Aristeo no tenían más remedio que aceptar.
- Bien pues, –Prosiguió el señor de Tántalo – Me doy cuenta de que os debo la vida, al menos en un sentido que a lo mejor no llegáis a distinguir.
- ¿Os referís a vuestras intenciones matrimoniales? –Atajó con ironía el aedo –… ¡Os pido disculpas!. Me ofrecéis franqueza y fijaos como os correspondo, mencionando vuestros íntimos anhelos… Pero, habréis de convenir que provocaros se me está convirtiendo en un juego demasiado grato.
- No, si lo entiendo…pero sólo…¿cómo os habéis…? –Apenas llegaba a pronunciar Aristeo, atento a las consecuencias de esta noticia si llegase a otros oídos, como los de la gente de Yolcos –…¿A quién se lo…?
- …Como antes dije –le cortó con serenidad, mi maestro —, presuponéis con excesiva facilidad que quienes os rodean son unos ignorantes; que los centauros son unos salvajes; que la sacerdotisa es manejable; en fin, que yo, por estar ciego, no me doy cuenta de nada. Y así vais, de sorpresa en sorpresa. Pero, desenredemos la madeja…Cómo he averiguado las circunstancias de la caída de Dryade. Es sencillo. Me han informado al tiempo que a uno de vuestros contactos en el templo. ¿Por qué así?, preguntaos más bien, si alguien que os conozca, os comunicaría sin reparos aquello que hiciese imposible vuestras ambiciones. ¿Pondría en peligro su vida por tamaña imprudencia?. No, sería preferible informar a quienes os informan, de un modo aparentemente casual, por supuesto, y aguardar a que os hagan llegar el recado. Así me enteré de la caída de Dryade y de aspectos mucho más alarmantes, ya que parecen extender este conflicto hasta una complejidad mayor de la que había podido considerar. El primer detalle fue el empleo de estrategias que no son usuales entre las gentes de estas tierras. Según parece, en Dryade se socavaron los cimientos de los edificios que parapetaban el recinto, haciéndolos colapsar en el instante en que arremetían contra las puertas. Lo siguiente fue que saquearon y mataron a todos, pero respetaron la herrería. ¿Me intriga esta clase de Centauros que, repentinamente, tienen interés por la metalurgia? Esto, por sí sólo, nos indica la presencia entre los centauros hyperiones de alguien con conocimientos de artes de guerra extranjeras. Como me habéis confirmado hace un instante con vuestro sagaz comentario, el proceder de los centauros esconde una mente sumamente inteligente y astuta. Ésta debería ser vuestra primera preocupación, no las ambiciones de emparentar con el linaje real de magnesia y convertiros en un autócrata. Plan que, por otro lado, los muertos de Dryade hace inviable lo que ya era, de por sí, imposible; baste con mencionar vuestra expansión agrícola y ganadera. Habéis invadido los territorios de caza de los Centauros sin acuerdos ni pactos, por la fuerza. Con ello no os habéis ganado la simpatía de los hyperiones, pero, sin embargo sí que habéis ofrecido razones más que suficientes a vuestros enemigos. En cuanto a vuestras intenciones matrimoniales. La liga estaba pendiente de esa eventualidad desde el momento en que murió Quirón, su aliado, y quedó libre el trono de Magnesia. Luego, cuando se comprobó que ninguna partida de guerreros se había enfrentado a esta revuelta cuando aun estaba en gestación, cuando no era poderosa, ni se había extendido; en Yolcos se preguntaron por qué no arrancabais la mala hierva cuando apenas había brotado. ¿Es que, acaso, esperabais cortarla sin esfuerzo cuando os invadiese el huerto? Fue entonces cuando me llamaron con urgencia para averiguar, dada la delicadeza de una frontera montañosa tan extensa y estratégica, cuáles podían se los motivos de vuestra pasividad e indulgencia. Cuando llegué, me di cuenta de que no era por falta de información, porque por vuestra nutrida red, tarde o temprano os llegaban los pormenores más insignificantes, como nuestra llegada a Milopótamos. Y como tampoco se os considera un cobarde, la razón debería ser otra, muy digna de vuestro carácter. Esta noche, que os he conocido, he comprendido que deberíais tener planeado solucionar este conflicto sin derramar ninguna sangre que pudiera dificultar vuestras ambiciones. Podríais pretender tener a los Centauros de vuestra parte lo que, dadas vuestra aspiraciones, redundaría en un mayor apoyo; algo que únicamente conseguiríais uniendo, en vuestra persona, la fuerza y la legitimidad de los antiguos linajes magnesios. Cuando sugerí la verdadera identidad de la sacerdotisa, no sólo os sorprendisteis, sino que os quedasteis paralizado. Y no era para menos, pues la gran cantidad de cambios que se introducían con esa simple información, tan próxima y tan alejada de vos, tan evidente y, al tiempo, tan oscura, terminó por bloquear vuestra inmensa capacidad de intriga. A saber qué información tendría la reina Deyanira de mano de su propia hija, qué misiones habrá desempeñado la sacerdotisa en vuestro nombre o, lo que es más peligroso, que confidencias podríais haber tenido que hacer para ganaros su confianza… Simplemente os quedasteis sin saber que pensar…
- Cualquier cosa que piense…llega demasiado tarde – se lamentaba Aristeo, cabizbajo, lo que provocaba un gesto de incredulidad en Demódoco –… bien me doy cuenta. Los planes que pude haber hecho, como habéis adivinado, estaban intermediados por la sacerdotisa, quién debía concertarme para dentro de unos días una cita con la reina Deyanira a fin de convenir los esponsales. Creí que con ello salvaba a Tántalo y daba un nuevo impulso a mis justas reivindicaciones. Ahora sé que ese día hubiera sido el fin de la ciudadela y el mío propio. Así que, como os dije, os debo la vida. Aunque de poco ha de serviros, pues tenéis que enfrentaros a Plastene. También a ella le habéis trabado algunos proyectos y, aunque pueda ponerla bajo estrecha vigilancia para que no se comunique con los sitiadores, no puedo evitar que alguno de los suyos os aguarde en cualquier esquina. Vos y vuestro pupilo deberíais dormir en palacio esta noche y mañana intentar alcanzar Yolcos. A lo mejor tenéis suerte y todavía no sois una presa codiciada, incluso puede que Plastene no os considere sino un insignificante tábano posado sobre el lomo de la gran vaca…

Ambos rieron con la ocurrencia, pero una bruma de inquietud envolvía a Demódoco mientras descendía por la escalera que comunicaba la torre con la puerta principal del recinto. Después de cruzar el huerto y de llegar al mégaron, se sentaron un momento para dar tiempo a las esclavas a limpiar los restos del banquete y adecentar la habitación donde pasarían la noche.

- Decidme, Demódoco. – Preguntaba Aristeo –. Hay algo que me gustaría comentaros y que no hago más que darle vueltas.
- Hablad en confianza, Aristeo, no hay muchas cosas que puedan interesaros sobre las que ya deba guardar reserva – fingía Demódoco, quien no confiaba en el noble Aristeo.
- Bien… Entonces os diré que, de vuestras propia palabras se conoce que sois algo semejante a un agente o a un mensajero de la Liga, enviado para indagar sobre la situación en Magnesia… Después de nuestra entrevista comprendo las implicaciones tribales, comerciales y bélicas de un asunto que, hasta hace no poco, consideraba más bien como algo personal. Pero lo que no llego a comprender, ni de lejos, es cómo a los hegemones de la Liga se les ha podido ocurrir que un aedo pudiera servir de componedor en este o en cualquier otro conflicto.
- ¿Estáis cuestionando el valor que tiene la Musa para nuestras tribus? –Replicó ofendido Demódoco.
- Ya…pero os ruego que no os enfadéis. Lo que quiero decir es que, aunque fuese vuestro canto el que ha provocado a la sacerdotisa, no fue este el que me puso sobre aviso, sino vos mismo, un instante antes de iniciar el canto.
- Sin duda, pero cada canto posee múltiples tramas que unas veces se reconocen y otras veces no. Está en la sabiduría del aedo regular su presencia. La fuerza de la Diosa reside en el don que le otorga la oportunidad; cuando el canto se despliega en momento y contexto apropiado, puede llegar hacer de un cobarde, el guerrero más arrojado o del engreído, un mojigato…
- Luego me dais la razón. Vos sois dueño del canto. Sin embargo afirmabais que vuestro canto no estaba compuestos bajo el dictado de cada ocasión. Decidme, pues sigo sin comprender. Alguna forma ha de haber para referir el canto al momento presente, ¿cómo si no, podemos comprender las protestas de la sacerdotisa? Vos mismo habéis compuesto el canto pensando en ella y en su culto, así como en mí y en mi situación.
- No debéis creeros tan particular, Aristeo, – Replicó Demódoco –, antes que vos hubo gente resentida y ambiciosa que se sintió injustamente desplazada en sus legítimos derechos. El canto trae al presente antiguas historias de los dioses y los hombres que encierran la experiencia humana; luego cada uno escucha dentro de sí la verdad que le trae la diosa…
- Ya veo, así que según vos, Plastene se ha marchado ofendida y prevenida contra ambos, a pesar de que no había nada en vuestro ánimo que lo motivase. ¿No es eso un poco, como diría, ingenuo? Esto no es un juego de niños a los que se les ha pillado haciendo trampas. ¡Nos jugamos la vida!… pero vos, por un lado sois un penetrante intérprete de la presente situación, pero al tiempo parecéis eso, un niño risueño que cree en cuentos de cocina… Son dos cosas que no puedo casar. Sois para mi un enigma que me desconcierta. Pero vos… ¿de que parte estáis?…
- ¿Queréis decir, cuál es la posición de la liga? ¿Querríais saber si se ha tomado alguna decisión antes de mi venida y si hay tropas de camino? – Añadió Demódoco, traduciendo los ocultos intereses del señor de Tántalo –. La liga no actúa como vos, Aristeo. ¿Queríais tener poder sobre los sucesos de Magnesia y Tesalia? Pues lo habéis conseguido. Simplemente responded de vuestros actos… Los dioses, cuando quieren mostrarnos nuestros límites, conceden nuestros más íntimos deseos… No esperéis que la liga venga aquí o que yo os de la clave para que no se derrumben las murallas.
- ¿Y los Lapitas del Lago Boibe? – añadió con un leve apremio, Aristeo.
- Ya escuchasteis a Plastene. – respondió Demódoco – Los pasos del Pelión están en manos de los centauros. Además, los centauros no temen a los lapita; siempre los han derrotado.
- Sí, pero fue con ayuda de los aqueos de Ftía y Yolcos – Apuntó Aristeo, deseoso de arrancarle alguna información o algún compromiso. Nunca se han enfrentado sólo a los Lapitas y, si se hiciese un ataque conjunto desde Yolcos y la cara norte del Pelión, podríamos vencerlos para siempre.
- No he venido ha concertar contigo una estrategia, Aristeo. – Dijo seriamente Demódoco, para que no hubiera lugar a equívocos –. Implicar a más tribus de la Liga y extender las escaramuzas por Magnesia no contribuiría sino a debilitarnos, ya que, al contrario de lo que pensáis, no está clara una victoria definitiva. Peleamos en su terreno y nuestras técnicas de guerra están hechas para combatir en la llanura. Ni los caballos ni los hoplitas podrían maniobrar con presteza ante las emboscadas que, con toda seguridad tenderán los centauros.
- Entonces, ¿A qué habéis venido? – Dijo, Aristeo, evidentemente molesto –.
- ¿Todavía no lo habéis captado? Vengo a recabar información y a advertiros. Ante vos me encuentro como un emisario que os habla como la liga lo haría, situando vuestra ambición en el contexto preciso. Los dioses pueden tener preferencias, Demódoco también, pero al homérida le compete averiguar, escuchar, comprender y ofrecer la verdad que la sabiduría de la diosa guarda para cada hombre. – y añadió, queriendo desviar el tema hacia otros derroteros – Lo que le ofendió a Plastene no era otra cosa que ver representado en el canto la nueva posición y dignidad de la diosa Calipso y que afectaba, por supuesto, al culto de la triple diosa en toda su extensión. Su orgullo ha debido sentirse herido, no lo dudo, pero lo que haga es cosa suya.
- Luego reconocéis que compusisteis el canto para ella –Insistió el señor de Tántalo, deseoso de tener, al menos, esa victoria.
- El canto ya estaba compuesto, Aristeo –Recordaba Demódoco, visiblemente cansado del tema –. Nosotros los homéridas traemos la memoria de las experiencias pasadas en forma de cantos que entonamos sobre el presente, de esta forma los asuntos humanos adquieren un valor distinto del que carecían cuando se manifestaban en el cada uno, fruto de nuestra humana urgencia. Lo que escuchen y comprendan los reyes, los guerreros o las gentes de las tabernas, es parte de la porción que a cada uno le corresponde en la composición del su porvenir. El canto sólo advierte a aquel que está, por así decirlo, avisado; para otros puede que tan sólo sea ocasión para la distracción o el juego. Por otro lado, vuestras inquietudes son comprensibles, pues estáis necesitado de información y ayuda. Pero no soy hombre de acción en el sentido en el que la precisáis. No tengo una posición personal, ni estrategia que ofreceros. Sólo guardo una íntima y humilde revelación que pongo a disposición de los demás siempre que puedo y que trataré de transmitir a mi discípulo, si los dioses me lo permiten. Su verdad parece insignificante, pues se reduce a una simple aporía: “Sólo en el pasado tiene futuro el presente. Sólo por el futuro tiene el presente pasado. Sólo por el presente tiene pasado el futuro.”
- Ya veo…–Dijo claramente decepcionado el señor de Tántalo –. Así pues, según entiendo, todo se reduce a que, en lo que me siento avisado debo estar advertido… Hoy puede que os deba la vida y puede que esta deuda me hiera mucho más que todo vuestro canto. Por otro lado, el presente ya es pasado mientras hablo…sólo espero que tengamos algún futuro…pero es seguro, os lo vaticino, vos lo sabréis antes que yo.

Un doloroso silencio les envolvió entonces. Era claro que ambos estaban a disgusto y, de tener que separarse en aquel instante, ambos lo lamentarían con seguridad más tarde. No era poco ni pequeño el orgullo y las energías que los dos había invertido en esa entrevista, pues el arte de la simulación, la metis empleada, no era un simple juego, sino una habilidad que se había gestado durante años de difíciles y a veces amargas experiencias. Demódoco, ya fuese por su edad o por la bondad con la que la vida había adornado su carácter, consideró que era responsabilidad suya romper una lanza por la reconciliación. Así que, con buena voluntad, le habló…

- Señor, si me concedéis un instante antes de retiraros… – Dijo Demódoco, cambiando de tema y de tono –. Yo también tengo un preocupación que me ronda como una molesta mosca.
- Vos diréis, aedo. – Concedió Aristeo.
- Lo que no llego a ver de forma clara en todo este asunto, es la implicación de Plastene. Vengarse de los sucesos de Yolcos de hace diez años no es razón suficiente que justifique el riesgo de poner en guerra a toda Magnesia, desde el Olimpo hasta Punta Sepia. Al mismo tiempo, ¿Qué ganan los Centauros destruyendo Tántalo? ¿Hacer una demostración de poder para retar a la Liga? ¿Con qué objeto? Quiero decir, ¿Que propondrían en una mesa de negociación que no tengan ya? ¿Frenar vuestra colonización de los valles? ¿Y todo esto para tan poca cosa?… Y de nuevo volvemos al principio… Me he pasado el tiempo viendo indicios de un alzamiento conjunto que implicase la acción concertada del culto de la triple diosa y alguna potencia extranjera. Los dos habéis tenido la ocasión y presentáis rasgos de influencia del exterior, pero…y si nada esto es cierto…y si todo es casual. Y si me encuentro ante un mundo que simplemente se resiste a ser arrastrado por los cambios, como aquellos ancianos, de los que ya no estoy tan lejos, que se empecinan en sostener una opinión, aun a sabiendas de que están equivocados.
- Lo que verdaderamente saben –Se sumó Aristeo a la meditación – es que no encuentran su lugar en medio de los cambios. A menudo me han dicho, sobre cosas nimias, que les falto al honor. Sienten que su honor está siendo puesto continuamente en entredicho por cualquier acción que yo o Yolcos emprenda; incapaces de comprender que es el mundo antiguo el que se desmorona irremisiblemente.
- Os confieso que todo esto me produce una enorme tristeza y piedad –Se compadecía el Aedo.
- ¿Piedad? ¿De estos salvajes? – Protestaba, incrédulo, Aristeo.
- Esos salvajes, como vos los llamáis. Tendrán muchos defectos, pero también nos enseñaron a las tribus eolias, cuando apenas éramos grupos nómadas en busca de pastos, cosas sin las cuales no hubiésemos sobrevivido. Los Centauros nos enseñaron a mirar hacia arriba y leer en el firmamento el orden y el tiempo; nos enseñaron a mirar hacia abajo y ver la baya, el hongo y el jugo que sana o alimenta; a mirar de frente y morir o vencer con dignidad.
- Entonces ¿ cuál fue su error para que perdieran el favor de la Liga? – inquiría, incrédulo el señor de Tántalo.
- No aprendieron a mirar hacia dentro… – Añadió Demódoco compasivo – Cuando nosotros comenzamos a interrogarnos, descubrimos en ellos al animal que somos y que queríamos dejar atrás. Lo que vimos en su interior era tan terrible que nos fuimos alejando de ellos poco a poco.
- Mirar dentro de uno mismo. Parece extraño. ¿En qué consiste? – Preguntaba Aristeo, incrédulo.
- Dicho de la forma más simple que conozco, se trata de nombrar en nosotros lo que tenemos de común y que no permite comprender lo que nos distingue. Para ello se necesita un mirada nueva, como nuevas palabras. Pero es un camino que, a mi edad, es arduo y trabajoso; una empresa demasiado grande para un sólo hombre… Pasarán generaciones hasta que conozcamos qué nos hace ser humanos… –contestó el aedo.
- Sabéis Demódoco… – Le dijo Aristeo en tono de confidencia –. Tal vez, ni Plastene ni los Centauros pretendan ninguna ventaja, sino un desesperado camino por continuar siendo como son. Sé que suena extraño, pero todo esto me ha traído a la memoria un episodio de mi juventud. Durante algún tiempo, mi familia vivió exiliada más allá del Ponto Euxinos, en Olbia. Un día, tendría yo trece o catorce años, salí fuera de las murallas de la ciudad a cabalgar en compañía de un criado y de un guía escita. No sé si conocéis esa inmensa extensión de llanura que los lugareños llaman estepa. Es un océano de tierra sin límites, en el que uno podría cabalgar, días y días, sin encontrar nada ni a nadie, sin alcanzar el horizonte siquiera; sólo la llanura bajo los cascos del caballo y el cielo sobre la cabeza. En ese espanto inhumano, únicamente sobresale de la vasta extensión algunos montículos de diez o quince codos de altura, cubiertos de hiervas y sin cercado ni señal que los identifique. Pregunté al guía si podía decirme qué era aquello y me dijo que eran kurgany, las tumbas de los grandes hombres de su tribu, señores de inmensos rebaños y grandes riquezas que habían muerto. Le insistí para que continuase hablándome sobre las tumbas y los ritos que presidían la muerte de aquellos hombres. Aquel montículo pertenecía a un hombre que había muerto después de una escaramuza con los sármatas. Cuando sintió que estaba próxima la muerte, pidió que lo llevaran tierra adentro, a la llanura que había gobernado toda su vida. Allí dio la vida y fue enterrado en una cámara junto con todas sus pertenencias y las cosas que más había amado. Luego cubrieron todo con cenizas, piedras y arena, hasta formar el túmulo que se podía ver desde la distancia, recordando a los señores de la llanura la persona de aquel hombre de la estepa. Con la ingenuidad que nos depara la juventud, le pregunté que eran para su pueblo las cosas que más amaban los escitas, como para llevárselas a la tumba. Me contestó que en una gran fiesta que dura días, se acumulaban ropajes, joyas, la tienda que era su hogar, su espada y después se degollaban a sus caballos totalmente enjaezados, a los criados, a las esclavas y a sus mujeres. Al oír aquello, quedé espantado. De un salto subí a mi caballo y me alejé de allí lo más rápido que pude. Ahora que pienso en aquel túmulo y en el caudillo con su monstruoso botín, considero que para algunas gentes hay algo en el cambio, del cual la muerte no es más que el postrero, que lo vuelve inaceptable; como si la sola idea de que la vida pudiera continuar, transformando las cosas sin nuestro concurso, se les hiciera insoportable; hasta el punto, incluso, de arrastrar con ellos a todo su mundo.

- ¿Verdaderamente, – Preguntó con seriedad el aedo – creéis que los Centauros o Plastene están dispuestos a arrasar su mundo porque les resulta insoportable la recientes cambios habidos en Tesalia?.
- ¿No sois, acaso, vos el que podría conocer los pensamientos de Plastene? – Añadió con pesar Aristeo –. ¿Qué puede provocar la incertidumbre de un pueblo poderoso y antaño respetado, como el de los centauros, cuando sienten que están amenazados de muerte?.
- Tal vez tengáis razón, Aristeo, y el hombre necesite, a pesar de todo, tener siempre presente que sus pasos tienen un sentido, que les espera una lumbre, un familia y la lealtad de los vecinos. Pero es tarde, Señor. El silencio que nos rodea me dice que todo está dispuesto para el descanso.
- !Que descanséis, Demódoco! y no olvidéis mis palabras – Le encareció Aristeo –. Salid de la ciudadela. Mañana al anochecer, lo más tarde, que yo os proporcionaré algún guía. Aguardad en la taberna sin hacer ninguna salida y manteneos siempre alerta.
- ¡Que descanséis, Señor! – Contestó Demódoco, al que no gustaban las recomendaciones de última hora.

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