jueves, 21 de junio de 2007

Capítulo Vigésimo Segundo


La hoguera caldeaba nuestros entumecidos huesos, mientras creaba por las irregulares oquedades de la caverna terribles figuras danzantes que parecían respirar y cobrar vida ante nuestra mirada. Envuelto en mi manta, yacía sobre un costado y miraba la gran abertura de la cueva y la profunda noche que se vislumbraba en el exterior. No podía dormir, a pesar de tener el cuerpo rendido por el esfuerzo de guiar a mi maestro a través de aquel fragoso terreno; no conseguía conciliar el sueño. La propia calma del momento, tras las experiencias recientemente vividas, torturaban mi mente, una y otra vez, al revivirlas. Lo mismo debía ocurrir a Demódoco pues, al rato, le oí girarse y dirigirse a mí con voz queda:

- Demasiadas cosas en tan joven cabeza ¿No, Hijo?
- No sé… las imágenes no dejan de volver a mi mente, dejando en mí una desagradable sensación, como si fuese un mal sueño, pero me despierto y aún despierto me torturo imaginando a Talia amortajada por las otras nereidas o arrojada a la corriente o, ¡Dioses inmortales! Como pasto las fieras y las aves de rapiña, castigada por haber contrariado la voluntad de la sacerdotisa, quien, ahora que caigo, paseará su cólera por el recinto hasta averiguar la forma de llegar hasta nosotros.
- No dudes que tratará de saber dónde estamos, pero no para acabar con nosotros. Lo que ella y Acasto desean es que dé la voz de alarma y haga subir a las fuerzas de Yolcos para llevarlas a la destrucción y apoderarse del Pelión y, quien sabe, si de la propia ciudad de Yolcos.
- Pero, ¿Por qué no acabamos con ella cuando pudimos? Allí estaba Penteo para hacer justicia. La misma Talia me dijo que Plastene la había enviado para hacernos envenenar…
- Lo sé, hijo, todo eso lo sé. Pero no se puede tocar a una sacerdotisa y, menos aún, en su propio templo. Además, dudo de que Acasto hubiese dado permiso a esa detención. No olvides de que fue ella quien se dio muerte…
- Sí, pero por salvaros a vos y a mí. Ella ha dado su vida, y nosotros ¿Qué hemos hecho? Nada. Bueno, sí; salir huyendo rápidamente, bien escoltados hasta este no lugar donde nos espera una vida de sombras con nada por hacer. ¿En qué nos hemos convertido? ¡menos que nada!
- Comprendo cómo te sientes, pero si me escuchas un instante…
- ¡Perdone maestro! Vos no puede saber cómo me siento, ni lo que pienso por el simple hecho de que ni yo mismo lo sé. Lo único que puedo decirle es que no estoy dispuesto a quedarme de brazos cruzados…
- Pero muchacho, ¿qué podemos hacer…?
- No lo sé… ¿acaso no lo sabéis todo?…



Y cogiendo mi manta me marché hacia la entrada de la caverna. Allí me arrebujé cuanto pude para preservarme de la húmeda noche, sentado sobre una plana roca donde, a buen seguro, vigilaban los ocasionales habitantes de la cueva cuando traían sus reses durante el estío hasta los verdes pastos de la pequeña vega. Descubrí que no me encontraba a disgusto allí fuera, acompañado por los insectos de la noche y con el lejano crepitar del fuego a mi espalda. Pero mi mente no me dejaba en paz, buscando la forma de hacer algo que pudiese poner a salvo a los habitantes de la ciudadela, alguna gesta que les devolviese la esperanza y una compensación por todo el sufrimiento que vivían y que les habíamos causado; porque a mi inexperto parecer, nosotros éramos, en parte, causantes de su dramática situación y porque, por encima de todo, sentía mi persona unida íntimamente al lugar y a su gente.



¿Por qué sería? no sólo por la presencia de Talia, sino porque, el mundo comenzaba a dibujarse allí de otra forma; implicándome, afectándome hasta no poder estarme quieto sin resolver algo; sin poder dejar de considerar los peligros que se cernían sobre la ciudadela. Era cierto que el peligro más inminente eran los centauros, pero como había oído a mi maestro, nuestra presencia en la ciudadela había aumentado la tensión entre el templo y el palacio hasta hacerme temer cualquier locura, fruto de ese reciente encono. ¿Estarían en peligro todas las personas que nos acompañaron y ayudaron durante estos días?



- ¿No puedes dormir? Muchacho –resonó una voz grave a mi espalda y la figura de Ífito se acercó a donde yo me encontraba.
- Así es, Ífito. –le contesté con amabilidad, haciéndome a un lado para dejarle un sitio junto a mí en la misma piedra.
- No me extraña. Tan joven y envuelto en tu primera pelea entre montañeses. Pero no debes preocuparte. Estas cosas ocurren aquí de vez en cuando e igual que empiezan, acaban.
- Ya, pero ahora el peligro es mayor. –Contesté tristemente.
- ¡Que sabrás tú, rapaz! De lo que es grave o no. Deja eso a los mayores, para ti habrán, a buen seguro, doncellas solícitas por donde vayas, con esa carita sonrosada y la labia que tienes.
- Sé muy bien lo que me digo y no hace falta que venga faltándome; ya pasé mis noches en vela y crucé la hoguera que consume los juguetes infantiles, así que si sabe de algún hecho de varones con el que enfrentar esta situación, me lo cuenta, si no,… ¡aire!
- Vale, vale…vaya con el joven. Yo no falto a nadie, ni hablo por hablar. ¿Quiere realizar hechos de varón? Pues bueno, no hay más que pensarlo y ya está. ¡estamos! ¡Por el arco de la luna! Si hasta puede que tenga razón, que ya lo afirma el dicho: “allí donde no pueden ciento, lo puede uno atento”
- ¿Qué me querrás con tanta cháchara? ¿Acaso acabarás lo que empiezas?
- No os calentéis, su enormidad, que ahora mismo os lo participo… ¿No queréis salvar al pueblo y cumplir una gesta?
- Ahora hablas con sentido, dime ¿Qué sabes tú que pueda ayudarme?
- Yo sé donde está el campamento de los centauros y si queréis puedo llevaros allí. Lo demás es cosa vuestra.
- Y cómo es que no se lo comunicaste a Penteo para que pudiese atacarles.
- Porque no lo supe hasta después, cuando me alejé para comprobar la seguridad de nuestro camino. ¡Bueno! ¿Qué me decís valentón? ¿Os hace?…
- Claro que sí, pero ahora mismo y de esto nada a nadie.
- Descuidad, voy a buscar unas cuantas cosas para el camino. Para vos una espada, ¿no iréis a luchar con la lira?…
- No os preocupéis por mí, esas las cosas corren de mi cuidado.
- Como no. Lo que dispongáis. Ahora mismo no encontramos en la orilla de la corriente. Hoy es buena noche, apenas hay luna y amanecerá con niebla, lo que favorece nuestras intenciones.
- ¡Sea pues!

No hay comentarios: