viernes, 23 de febrero de 2007

Capítulo Quinto







Aún se demoraría Demódoco algún tiempo antes de irse a descansar. Con la edad, necesitaba dormir mucho menos que yo, como si el tiempo hubiera de aprovecharse sin reposo. ¡Tantas cosas todavía que vivir en este momento de silencio y quietud! –solía decirme con inocente expectación. Y la verdad es que, a pesar de que casi siempre permanecíamos despiertos hasta muy tarde a causa de nuestro oficio, no bien se cubría con el cobertor y apagaba la lamparilla de aceite, lo sentía resoplar y revolverse de un lado y otro sobre el jergón.
Aquella noche, el jolgorio y la bulla de la taberna le habían dejado anonadado. No era tan extraño que le aturdiesen la algarada festiva de una posada o la embriagada melopeya de algunos comensales; nosotros, entregados a la avidez de los ojos, nos sentimos aturdidos al caminar a contracorriente en un día cualquiera de mercado. Pero, aun así, no estaba seguro de que aunque se retirase a descansar, consiguiese conciliar al pequeño hypnos, al juguetón señor del sueño.
Así que le veía a gusto, remoloneando mientras la gente se iba yendo y se hacia, poco a poco, el silencio en su derredor. Esperaba esa ocasión, pues solía ser la elegida por alguno de los compañeros de la noche para acercarse con alguna bebida de peculiares cualidades, una escudilla de potaje y un sin fin de atenta, humorística y sabia conversación. Y, en efecto, allí se llegaba hasta nosotros lo que parecía un tabernero, con su mandil, el trapo al cinto y una amplia sonrisa que hacían temblar su abotargado rostro.
De entre todos los noctámbulos con los que más a menudo hemos tenido trato y que nunca han dejado de sorprendernos, mi maestro prefería a los taberneros. La clientela suele considerarles como personajes serviles que debían ser muy solícitos con la satisfacción de sus propios deseos, pero con el tiempo he llegado a averiguar que esa festiva confianza que desplegamos en un lugar de placer, nos vuelve, ante sus atentos ojos, transparentes como medusas, mostrando ante su escrutinio nuestras más íntimas pasiones.
- ¡Tethys! …¡Trae tres tazones de potaje y una jarra de vino!… ¡Bueno, bueno…! ¿Qué tenemos aquí? –Comenzó, observando como Demódoco lo auscultaba con su sonriente rostro –, ¡toda una experiencia la de esta noche…! ¡Por la gran diosa! Si hasta ignoraba que Talia supiese poner un pie frente al otro, y eso que es de mi tierra… ¡que el perro me lleve! Esa chica debería dejar de subir y bajar las escaleras… claro que, –añadió enfáticamente ensombrecido – ¿dónde encuentro yo ahora a un tañedor de lira como tu chico?
Iba a continuar, pero se interrumpió cuando llegó la moza con el potaje y el vino, mas no por ello pareció molestarse, sino que reanudó su perorata aún más ufano.
- ¡Porque, vamos a ver! ¿no tendrán pensado establecerse aquí por casualidad? ¿no? En caso contrario, podríamos llegar a un acuerdo sobre el chico… – dejó caer observándonos con su glotona sonrisa.
- Es usted muy amable –respondió con afabilidad mi maestro –, pero nosotros no hemos hecho más que aportar nuestros pobres recursos para hacer más agradable la estancia en vuestra compañía. Bien es cierto que la clientela estaba ávida de emociones y placeres. Esa muchacha, ya era danzarina antes de tener que establecerse tan al norte –Y luego añadió, como pensando para sí – No, realmente no creo que haya ha sido nada extraño.
- ¡Por la clava de Heracles!…!Vos debéis estar muy habituado al trato con las musas!, sin duda, pero, ¿y nosotros?… –enfatizó dirigiendo su mano en derredor – ¿Cuando hemos tenido a un aedo entre nosotros? ¡Y un homérida!, nada menos. Pero si creía que su hermandad había sido olvidada. ¡Ya sabe! Nuevos señores, nuevas costumbres. Pero no, aquí está, en el Pináculo de Tántalo, en medio de una riña que dejaría chica a la guerra Melíaca. Primero transformando a las nereidas y encendiendo a la gente, para luego encandilarlos con un cuento sobre los divinos enredos entre la discordia y el deseo. Como si no tuviesen ya bastante con sólo mirar en derredor.
Ante tales palabras, sí que se mostró la sonrisa de mi señor en toda su amplitud. ¡Estos taberneros! De nuevo se confirmaban nuestras preferencias. ¿Quién en este antro, a pesar de estar dispuesto por la diosa para el humano trato entre la encendida discordia y el punzante deseo, habría desovillado alguna relación con lo que les acosaba, sino este tragantón? La gente común sufría o gozaba, reía o lloraba con los enredos de las leyendas, pocos sabían retener los detalles y adentrarse en la trama que encierra la tradición.
- ¿Tan extraño te parece –contestó Demódoco, fingiendo sorpresa –que un aedo de Esmirna pueda ser un homérida o que, camino de Yolcos para unirse a la caravana que se dirige a Delfos, haga noche en la única ciudadela del camino a la espera de una ocasión más segura?. A mí, en cambio, –contraatacó con ironía – me tiene en ascuas averiguar los esfuerzos que han tenido que sufrir la Moira para que un cretense de la taimada raza de Minos se haya liado con una seguidora del culto a la diosa Ino y luego llevar una taberna que no regenta. –Tras lo que, dibujando una irónica sonrisa, se calló aguardando su respuesta.
- ¡No me lo recuerde! – Fintó con ingenuidad el ducho copero – ¡con el solitario ojo me marcaron las parcas de por vida! –Y, tratando de ganar tiempo, añadió –… Pero coma un poco y acaricie este vino de mi tierra, tan joven que no necesita apenas hidromiel. Después le cuento.

E hicimos un alto para dar cuenta de nuestras escudillas. Cuando estábamos por terminar de saciar nuestra hambre y sed, me pareció descubrir que Talia se asomaba tras la cortina que protegía al mégaron del destemplado umbral y me buscaba con la mirada. Al instante me levanté con la intención de ir a su encuentro, casi sin reparar en ello, mas, cuando me vi de pié, el pudor me retuvo.
- Ve, muchacho, ve. – Me dijo el tabernero al ver mi súbita reacción –. Te aseguro que no tendrás ninguna ocasión, si no es de sus labios, de conocer la extraña historia de su vida. Mucho te debe, pues no soy, como supone tu señor, un mentiroso cretense y saldaré su cuenta con la diosa.
- ¡Anda marcha!… –Convino mi maestro – Ya te contaré las aventuras de este Orsíloco… ¡Ah! Y que sepas que no te aguardaré levantado a que regreses…
- ¡Estos muchachos!…–llegué a oír que comentaba el tabernero, indulgente y festivo, mientras me disponía a buscar a la nereida.

Pero no tenéis que lamentaros, igual os contaré lo que allí hablaron mi maestro y el ilustre tabernero, pues, aunque estuve ausente de la reunión, mi maestro tuvo tiempo de referirme todo los asuntos que me fueron ocultos a lo largo de esta insólita aventura.

- ¡Pero bueno!, como le iba contando –Prosiguió como si tal cosa el tabernero, haciendo apenas una breve pausa para beber y buscar algún rasgo en el rostro del aedo donde poder leer el efecto que tenían sus palabras – Mi nombre es Etón y soy de Creta, más exactamente de Amniso, excelente puerto donde se embarcan y atracan toda las riquezas del mundo. Allí mi familia administraba un tinglado cuando vine al mundo. Allí fue donde me aficioné al trato con la gente trashumante además de aprender el oficio de fletador. Sé tanto de vino como de quien lo bebe. De entre todos prefiero el vino de Cnosos y la gente franca y bienintencionada. Bueno, mi charla comienza a trazar más vueltas que el maldito laberinto. Cuando llegué a la edad en las que la urgencia supera a la prudencia, no siendo el designado para llevar los negocios de la familia, pedí mi parte en el negocio, y me embarque con destino a la desembocadura del Orontes, donde griegos y chipriotas habían levantado un próspero puerto donde comerciar con los reinos de mesopotamos; allí me hice imprescindible del borrachín que gestionaba el emporio. Bueno, para no hacer el cuento más largo que la tela de Penélope, te diré que después de dar más vueltas que una pulga en la piel de un oso, abrí un negocio en el puerto de Malea; único lugar que las aves de rapiña de beocia, Atenas o Corinto no habían aun ocupado. Y no es que me queje, desde esta costa podía enviar y hacerme enviar las mercaderías, tanto por mar como por tierra, y distribuirlas en las caravanas que van al norte, hacia Larissa, Pela o las tierras tracias. Mientras que hacia el Oeste, a través de los vecinos, podía llegar hasta la Élide. No me iba nada mal, no te creas.

De nuevo se detuvo para beber y mirar en derredor a ver si todo estaba recogido y la gente se había retirado. Solo quedaba el portero que ya había puesto la tranca en el portón de entrada y se retiraba a su pequeña habitación junto a la misma puerta. Las bujías habían sido apagadas y ellos apenas se iluminaban con las llamas del fuego central que crepitaba en el hogar del mégaron.

- …Pero todo se precipitó, como ya habrás adivinado, cuando conocí a una muchacha cuya hermosura y presencia rivalizaría con las diosas. Glaukis, que así se llamaba, era por entonces una de las nereidas del templo de la Diosa a la que veneran bajo el nombre de Ino, Leucotea o Tetis. Ella tenía que prestar sus servicios durante cuarenta lunas antes de poder regresar a la tierra de su tribu con los hedna para contribuir al acuerdo matrimonial que se hubiera dispuesto entre tanto. Yo era un extranjero, vivía sólo, sin ataduras y era joven. ¡En fin!, que la frecuentaba cada vez más y ella parecía mostrar por mí una atención bien distinta del mero capricho; al final, los dos lamentábamos que se nos echase encima la fecha de la separación… Hoy no sabría decirte qué parte he de considerar una suerte y cuál desgracia, lo que si recuerdo, como si hubiese ocurrido ayer mismo, es que mi destino comenzó a tomar forma por la época en que se recrudecieron los enfrentamientos, habituales por estas tierras, con las tribus de los Lápitas. Éstos eran gentes del norte de Tesalia que periódicamente eran expulsados de sus territorios por las hambrunas o por que les acosasen violentamente bandas nómadas venidas de tracia o macedonia, ya ni me acuerdo de cuales, el caso es que los Lápitas se habían convertido en hordas que ocupaban zonas cada vez más extensas de Tesalia y se dedicaban al pillaje entre los valles del Monte Olimpo y del Osa. Por entonces, los aqueos, que sea habían asentado aquí desde varias generaciones antes procedentes de Ftía, se vieron reforzados por otras tropas, requeridas por la liga Anfictiónica para asegurar los límites septentrionales. Y eso fue la perdición, porque con ello los aqueos pronto fueron arrebatando la hegemonía dentro del grupo de las cinco tribus que habían manejado sus asuntos desde tiempos inmemoriales.
Los pueblos que se han ido asentando en esta bahía siempre han sido gentes sin ambiciones políticas; cazadores en las montañas, marineros y comerciantes en la costa; tribus orgullosas de sus creencias, pero que propiciaban en sus cultos de fertilidad la mezcla de la sangre de sus linajes con la de los extranjeros; con todos aquellos que han ido asentándose en esta amplia bahía: cretenses, argivos, pelasgos o jonios. Entre todos habían llegado a constituir en Larissa la alianza de los Vecinos, bajo la señora de la Cebada, Deméter anfictioinis; por la que, doce tribus se comprometían a mantener la armonía y la cooperación. Y la armonía, aunque vigilante, imperaba por estas tierra. Los centauros del Olimpo, el Osa y el Pelión ayudaban a mantener a raya a los Lápitas del norte, los Mirmidones de Ftía garantizaban la paz con focenses o beocios; y así fueron las cosas, ajustándose y equilibrándose, escaramuzas aquí y allá, no te creas, que movimiento siempre había…pero estos aqueos están hechos de otra pasta, sobre todos los que hunden sus raíces en la ciudadela de Atenas…
- ¿Qué quieres decir, Etón? –Le preguntó Demódoco, cada vez más interesado por la extensa explicación en la que el tabernero se había perdido.
- Bueno…son gente emprendedora, astuta y visionaria –reemprendió con una sonrisa e irguiendo el torso ante el manifiesto interés –; no cejan en su empeño hasta que cualquier proyecto colme su desmedida ambición. Comenzaron poco a poco a enemistarnos con los centauros entrando en compromisos secretos con los Lápitas; luego a ocuparse de administrar ciertos negocios que, según decían, ¡perjudicaban sus intereses! ¡Como si ellos se preocupasen por los intereses de otros! Mas eso no se paró ahí, en cuanto situaron a gente afín en el poder, modificaron el calendario, los rituales, la herencia, las costumbres matrimoniales, los cultos y no sé cuantas cosas más.
- Ni más ni menos que lo que hace cualquier pueblo cuando conquista la hegemonía –Comentó mi maestro que no veía a donde quería ir a para el tabernero.
- Me concederás que un pueblo consagrado a una divinidad virgen y guerrera, no nacida de madre, sino por el corte abierto por una Lábris en la cabeza de su padre …un pueblo así, ¡ha de ser de cuidado! Desde luego, comprenderás porqué no podían avenirse con las tradiciones ni las divinidades de estas tribus; ni con la prelación femenina, ni con la hetairía, ni con el culto a una diosa triple y sus renovados esponsales…En resumidas cuentas, tuve que tomar una determinación ya que, ni comercial ni personalmente, las cosa me iban como antes. Pero no contaba con la determinación de Glaukis. No sé cómo me convenció para que fuera liquidando mis negocios portuarios, mientras ella permaneciera en los territorios de su linaje para culminar los ritos de su iniciación. Nos volveríamos a ver, si todavía estábamos de acuerdo, pasado una estación…
- ¿No te estaré aburriendo con mi historia? ¿Verdad? –Preguntó el tabernero con candor –. Sois la primera persona a la que se la cuento…debe haber algo en vos, la edad, la ceguera…no sé, que invita a la confianza.
- No te preocupes, no eres el primero en decírmelo. Es cierto que la ceguera ha vuelto ni ánimo paciente y accesible…además –añadió burlón – ¿me quieres privar de material para mis canciones? ¿Dónde podré encontrar alimento más conveniente para convocar a las musas que con tus desventuras?
- Bien, si es por los beneficios, no se hable más…–y se río con su ocurrencia – Bueno, como iba diciendo, cuando estuvo cumplido el plazo me reuní con ella en esta plaza, que por entonces no era más que una explanada para el trillo, rodeado por un altar a la diosa Ártemis lunar y unos breves graderíos de piedra roja pulida para los consejos. Pero también aquí algo estaba comenzando a cambiar. En primero lugar mi Glaukis se hacía llamar ahora Plastene; nuevo nombre para su reciente elevación a la dignidad de sacerdotisa del culto a la triple deidad. Por otro lado, estaba en construcción el templo y este mégaron, donde se pensaba continuar con los ritos que se abandonaron en Malea.
Por los alrededores también se notaban los cambios; se estaba colonizando el valle con gentes expulsadas o perjudicadas por los nuevos amos de Yolcos. Al poco tiempo se empezaron a abrir alquerías para ganado; se veían sembrados de frutales y vides, un aserradero y piaras de cerdos pastaban bajos los robles y castaños. La faz de la misma ciudadela cambiaba a pasos de gigante. Una nueva muralla comenzaba a construirse con trabajadores cretenses. ¡Todo estaba en ebullición! Pero yo no hacía más que preguntarme ¿dónde sale el tesoro que paga todo esto? ¿Dónde me situaré yo para estar protegido y mis negocios a buen recaudo? Tengo que confesarte que con todos los viajes que hice, no sabía nada ¡No hay peor ceguera que la de aquel que no quiere ver!
- Y ¿qué es –preguntó intrigado Demódoco –, si puede saberse, lo que se te había pasado por alto y que ahora comprendes?
- Que cada cara tiene muchos rostros, como diría un creador de acertijos. Nada era lo que parecía. Se me figuraba tortuoso y complicado y no sabía reconocer que era simple, cabal, preciso. ¿No negociaba yo con vino y aceitunas que cambiaba por madera o miel? ¿No cobraba y enviaba oro a casa de mis padres que me traían de vuelta abalorios a través de intermediarios? ¡Pues entonces!… por qué no supe ver que las hermandades y los cultos se extienden como una red de fidelidades desde tiempos de los que ya no guardamos memoria. Un día se lo pregunté a mi señora, cuando tuve que concretar cuál iba a ser mi lugar y ocupación aquí. ¿Sabes lo que me dijo?
- Ardo en ganas de saberlo.
- ¡Cariño, tu será mi zángano!…¬– Demódoco no pudo contener una mal disimulada carcajada de buen humor. – ¡Así, como lo oyes! –añadió Etón contagiándose de su hilaridad. Yo no lo entendí, al principio, pero ahora sí.
- ¿Qué no entendías? ¿Qué ibas a vivir a su cargo, engordando a cuenta de la abeja reina? –se burlaba Demódoco.
- No, lo que me sorprendió fue que para ella y ¡a saber para quién más!, yo ya formaba parte de ese entramado de intereses que comunicaba Creta y Magnesia. Talia, la muchacha que ha bailado esta noche, ¿la recuerdas?
- Sí,… es cretense, como tú.
- No, como yo no. Ella es de Gotirna, mucho más al oeste de Cnosos. Cerca de Festo. Pues bien, esa ciudad fue fundada por magnesios del Pelión. ¡Así, como lo oyes!
- ¡Bien venido al nuevo mundo! Mi buen Etón. – Comentó con benevolente sorna el anciano –. Pero no te lo tomes a mal. Estas son tierras de cambios y conflictos. Los pueblos se establecen en otras tierras; otros pueblos llegan, o se destruyen los reinos que antes nos amparaban. Hasta cierto punto debemos confiar en las tradiciones. Cada templo centraliza un conjunto de ritos y valores ancestrales que, al cabo, constituye lo que cada tribu es para sí y los demás. Tú, presumo, eres cretense del valle de Cnosos; tal vez te educaron en el culto de la Gran madre Rea, culto que, como sabrás ha establecido desde hace generaciones estrechos vínculos místicos y políticos a través del culto al Zeus del Ida con los aqueos desde que se establecieron allí. Esa relación no ha hecho sino dar cauce a una red de compromisos para beneficiar a sus respectivas tribus. Ese es su papel.
- No, si lo entiendo. Aunque no lo creas, todos estos años no he hecho otra cosa que darle vueltas al asunto y mirarlo por todos los lados. ¡Cuantas veces no me he repetido que es un modo sensato y justo que mantener el control y el orden en estos tiempos! Que el templo defiende las sentencias, lo que es sagrado; que está organizado, que representa la continuidad y la tradición. Ahora en esta ciudadela, como antes en Malea y seguro que en muchos otros lugares de Hellas, las muchachas siguen con la ancestral costumbre, se convierten en nereidas para iniciarse a la fertilidad con aquellos varones cuyos pueblos son como hermanos en el culto ¡Aún sin ellos saberlo! Cada varón paga a la muchacha. Cada muchacha paga su tributo al templo. Cada templo financia otras actividades, mil asuntos ¡qué se yo! Despejar caminos para caravanas, fletes navieros aquí y allá, trueque de grano por telas. Como te he dicho, la diosa tiene muchos rostros. Aquí es Leucotea, en Yolcos Tetis, en Éfeso es Ártemis, en Hebrón es Istar. Pero en todos lados los templos son una red de intereses que cambian servicios.
- Así que te financian la taberna y así mantienen las relaciones con la isla ¿Con qué fin?¿Extender sus vínculos a Cnosos y recuperar el culto de Ariadna. –pensó en voz alta Demódoco que sorprendió al tabernero, quien, abriendo los ojos, le miró fijamente.
- Pero ¿Quién sois? –Pregunto mirándole con el entrecejo fruncido –. ¿Qué hacéis aquí? Por lo que demostráis saber y lo que vuestra hermandad ha representado, no estáis de paso, ni habéis venido a cantar. Hemos hablado todo este tiempo de mí y de las relaciones del templo. Pero –añadió inquisitivo – ¿Qué hay detrás de la presencia de las hermandades, como los homéridas, en todo este conflicto?

Demódoco callaba y su semblante no reflejaba más que serenidad. Aún no sabía las intenciones de Etón con toda su cháchara. ¿Era un personaje ingenuo y solitario encerrado en una trama que le aturdía, pero lo suficientemente perspicaz para vislumbrarlo? Eso parecía querer dar a entender. ¿Qué sabía en realidad del juego de las hermandades en las relaciones entre las tribus? ¿Qué podía él haber llegado a sospechar de su casual estancia en el pináculo de Tántalo? ¿Qué partido tomaría o había tomado ya en esta continua rivalidad tribal por la tierra, las gentes y los recursos? ¿Sería todavía el zángano obediente y complacido de la abeja madre? Sólo una cosa sabía, era demasiado pronto para confiarse a nadie.

- Me preocupáis, mi buen Etón. Una vida regalada no es buena para una mente tan despierta como la vuestra. Como sabéis, no todas las telas son de araña…No debéis sospechar de un anciano ciego y al final del camino, sólo porque está aquí en mal momento. Un solo instante crea la oportunidad, todos los demás son frutos del azar…Me alegro que os haya gustado nuestra representación y aprecio vuestro atinado juicio sobre la trama. Pero mal me iría si no fuese capaz de tensar el cordel que me une al auditorio procurando una historia que encaje con sus deseos y temores. Bien lo sabéis vos, que me habéis encandilado con la conversación y cautivando mi interés. ¿Debo por ello suponer que sois algo más que un tabernero? ¿Acaso sois los oídos del templo que sonsaca a los viajeros? No, no protestéis…sólo trato de mostraros lo dicho. Os estoy muy agradecido por vuestra historia. Os puedo asegurar que para un viejo aedo es el mejor don que le podíais haber hecho; un alimento para mí, más importante de lo que creéis. Pero, mirad…como dice la musa, “ya se levantó del lecho de titono la divina Eos, la de rosáceos dedos…”, vayamos, como es habitual entre los que trabajamos de noche, a descansar a contracorriente, que seguro encontraremos ocasión para volver a charlar.

Y como Etón quedase mudo mirándole, Demódoco tomó la iniciativa y se levanto despacio, doliéndose calladamente de su manido cuerpo que se resentía de cualquier cambio de postura, y echar a andar hacia el aposento. El propio Etón le guió con un candil de aceite hacia un cuarto en la parte más alta del local, en el aterrazamiento de la taberna. Cuando se hubo despedido del tabernero con un cálido apretón de las diestras, –algo que no se le pasó por alto –, y entró, sintió la presencia de Femio en su camastro. Ningún perfume flotaba en el aire por más que indagase. Se encogió de hombros y se dijo para sus adentros.

- Ya me dirás qué pasó, muchacho. Qué misterio encierra esa sonrisa y que estés ya aquí con la única compañía de Calis…

Luego se acercó a tientas hacia el rincón donde Femio dormía plácidamente, abrazado a la lira y desasió el amoroso lazo con la sonrisa luciendo entre sus labios.
- Parece que has vuelto a preservar a otro impetuoso e inexperto mozo, ¿eh Calis? Habló quedamente, dirigiéndose al instrumento, tras lo que la colgó de un madero que sobresalía de la pared –…ya sé que este lugar es menos cálido, pero te necesitamos templada, bien sabes que nos habrás de prestar tus servicios dentro de poco. ¿Verdad?

E indiferente a la luz de la lámpara que colgaba del travesaño del cuarto, se embozó con el cobertor y quedó plácidamente dormido.




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